lunes, 16 de noviembre de 2009

>> LA TIERRA PARA QUIEN LA TRABAJA <<

En primer lugar, respecto a nuestro análisis sobre la acción agrícola queremos resaltar la función de ésta como movimiento social de cambio; es decir, considerar a partir de los documentos que estamos analizando, que la acción agrícola se puede construir a través de acciones político-productivas, cuyo fin es la consecución de una sociedad más sustentable y, de alguna manera, más igualitaria. A este respecto, cabe destacar que es el desarrollo endógeno, es decir, desde dentro de las regiones implicadas, el que ofrece mejores resultados: tanto el desarrollo productivo propio de la región, que en cierta manera es capaz de escapar de la lógica de los mercados internacionales, como las implicaciones positivas que tiene este tipo de acción en el desarrollo local a todos los niveles: organizativo, educativo, social, económico, cultural, etc.
Sin embargo, esta idea no es algo nuevo, sino que se viene gestando desde hace siglos, como por ejemplo, en los escritos de Kropotkin “el apoyo mutuo” o “la conquista del pan”; hablamos de la autogestión, la autoorganización de campesinos y trabajadores de la tierra por su propio desarrollo y subsistencia. Desgraciadamente, no se corresponde a la realidad; en la etapa actual de desarrollo capitalista, la llamada globalización gira en torno a una línea muy distinta de la citada y, aunque ahora no sea tan urgente un análisis económico exhaustivo –tampoco es la idea de nuestra investigación-, sí que tenemos que abordar un hecho principal: la apropiación de capital, que ahora es mucho más global, pero que –en cierta manera, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, aunque sean co-responsables en la desigualdad mundial- son mucho más visibles sus implicaciones a nivel local y comunitario.
Nos referimos a la “nueva” repartición de la tierra a nivel internacional, y como, a través de la creación de grandes territorios dedicados al monocultivo dirigido hacia el consumo occidental; grandes regiones de países menos desarrollados quedan a merced de la propia subsistencia o sumidos en una grave crisis alimentaria. Ésta es la realidad que viven la mayor parte de los países del continente africano y otros de América Latina (por centrarnos en ciertas zonas). Por ejemplo Brasil, el cual declara que ciertos segmentos de su población aún trabajan y viven en condiciones de esclavitud; -incluso el Ministerio de trabajo tiene “tropas” dedicadas a la búsqueda y salvamento de estas personas-. Es considerado sin embargo, a nivel internacional, uno de los “países del sur” más desarrollados económicamente; sobre este aspecto, habría que preguntarse también por las condiciones de explotación de la tierra y sus influencias en el medio ambiente -¿qué está pasando con el Amazonas?-.
Claro que esto no significa que la responsabilidad última sea del país en cuestión, sino que es el capitalismo internacional y sus principales potencias las que más se benefician de esta situación. Es un hecho que resulta bastante palpable, ya que son los países ricos los consumidores mayoritarios de esta producción.
Otro hecho es, en referencia a los países occidentales, el desarrollo y expansión del consumo ecológico y, con ello, de la agricultura ecológica. Este, creemos, es un arma de doble filo: en lo referente al consumo, el cambio de aptitud y actitud del consumidor occidental puede deberse tanto a una concienciación crítica por parte de este, como al surgimiento de una nueva cultura consumista de “amor por la naturaleza” creada por los “magos” del marketing del mercado. Sin embargo, resulta más factible que se den ambos hechos, simultáneamente, en las sociedades actuales. Y respecto a la agricultura ecológica o sostenible –en todos los sentidos: socio-económicamente, política y culturalmente, etc.-, habría que preguntarse si es un hecho factible en el marco de la economía capitalista.
Por último, creemos necesario destacar el hecho de que tras esta primera inmersión en el tema, la mayor parte de la información recogida hace referencia a prácticas, proyectos, organizaciones, etc., realizados en torno a la acción agrícola. Esta podría ser una seña importante de la identidad agrícola, inclinada más hacia la pragmática, hacia la realización práctica de las ideas; que a la teoría y a la abstracción.

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