lunes, 16 de noviembre de 2009

El chú-chú de la mecanización: un viaje al abismo cultural

Tras el reconforte de estar encontrando una bibliografía que engancha con nuestra línea de análisis, es decir, la reflexión sobre el rencuentro con la nueva tradicionalidad rescatando lazos de solidaridad en la construcción de la vida cotidiana, nos paramos aquí para puntualizar el supuesto abismo cultural que provoca la mecanización, motor del capitalismo actual.

La mecanización en la producción y comercio de los bienes que adquirimos supone la explotación de la tierra llevada hasta sus límites. La obcecación por disminuir los gastos y el tiempo de producción ha llevado a conectar el comercio a nivel universal apareciendo numerosas contradicciones en el sistema social. Lejos de mantener un análisis estructuralista, alejado de la realidad mundana, intentaremos conectar esta reflexión con la cotidianeidad de comunidades que (sobre) viven en la nueva jungla del asfalto.

Es una realidad indiscutible que a partir de las revoluciones tecnológicas los ritmos vitales sufren un esperpento que en muchos casos, por la fugacidad con la que se produce esa transición y la consecuente imposibilidad de interiorizar los cambios por parte de las comunidades, produce una desestructuración social y degradación de las bases que la mantienen, en un sentido genealógico, como el apoyo mutuo de Kropotkin.

La transformación de la propia concepción de cultura se ha visto fraguada con la inundación de la posmodernidad (Alonso). A partir del avance tecnócrata, es decir, la renovación del sistema económico gracias a la expansión de las nuevas tecnologías, los mercados locales han cedido a los globales, en un marco donde la actitud intervencionista mediante políticas nacionales son cada vez más escasas, a causa de la incapacidad de hacer frente a la compleja realidad global, y el escaso compromiso político, de los vientos más liberalizadores que asolan la realidad social. Es en este sentido, donde aparece el "capitalismo de ficción", es decir, donde la imagen fragmentada es el icono más simbólico y representativo de la nueva percepción cultural. La fragmentación de la realidad es por excelencia el mecanismo para hacer de la cultura una mera herramienta de la expresión más banal y fugaz hasta ahora establecida.

Si en el pasado la cultura estaba íntimamente ligada con la tradición local, es decir, se presentaba como la responsable de establecer una norma y unos valores morales y filosóficos utilizando la magia artística, en la actualidad no es más que un espejismo fugaz. La "tradición de lo nuevo" (Rosengber) se es la esencia misma de la cultura:


"Y puesto que lo nuevo es un valor en sí mismo y halla
poca resistencia, la nueva sensibilidad y su estilo de conducta se difundenrápidamente, transformando el pensamiento y la acción de la masa cultural (sino de las masas populares más amplias), este nuevo y vasto estrato de intelectualidad, en el conocimiento y las industrias de comunicaciones de la sociedad" (Bell, 1999:2)


Se ha despojado a la idea de cultura su carácter transformador. Por ejemplo, el propio concepto de vanguardia, caracterizado por ser la primera voz movilizadora de un movimiento, ha sido despojado de su esencia desde la absorción de este concepto por los vientos artísticos de principio del siglo XX. Concepto rescatado de la estrategia político-militar, donde el concepto alcanzaba su máxima función, difundir una transformación profunda, a partir de su banalización artística, la idea de vanguardia no es más que un espejismo superfluo, que propugna el no-cambio sustancial.

Esta concepción ha llegado, en un grado u otro, a todos los lugares donde la lógica del capitalismo aplasta las delicadas culturas locales más tradicionales (proceso de desagriculturalización en el ámbito de cooperativismo agrícola). Con ayuda tecnócrata, desde la mecanización del campo y la Industria, la explosión de los medios de transporte y los TIC, se produce un vertiginoso avance económico y de degradación de la idea de cultura al despojar ésta de su carácter ideológico, nos lanzamos al abismo cultural a un ritmo desorbitado.

El ejemplo de las infraestructuras que cruzan Latinoamérica es quizá donde esta realidad se da con mayor trascendencia. Las ideas de modernidad y racionalidad, legitimadoras del progreso económico difundido, aparecen en comunidades donde el contacto con otras civilizaciones ha sido escaso. El choque cultural de civilizaciones que nunca han entrado en esta lógica es abismal. Desde la introducción de nuevos valores y concepciones para las que en numerosas ocasiones ni siquiera el alfabeto autócton posee nociones, hasta la incursión de nuevos materiales y formas de organización sociales, políticas y económicas.

El cambio de ritmos vitales es un hecho irrelevante, en cada lugar con diferentes connotaciones, más la pregunta es ¿alguien utilizará el martillo nihilista para poner freno al tren de la modernidad?

Bibliografía:
Bell, Daniel (1999) Las contradicciones culturales del capitalismo, Salamanca: Usual


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