domingo, 17 de enero de 2010

conclusiones... ABIERTAS

Es un hecho que las transformaciones que el campo ha ido sufriendo están estrechamente vinculadas con la liberalización de la estructura económica. Desde los diversos autores que han ido fundamentando los humildes propósitos de nuestro árbol de la voluntad de saber, hemos llegado a diversos indicios o conclusiones provisionales.

Entendemos el desarrollo agrícola como un modo de gestión local de los recursos necesarios: agua y alimentos. Esta aparente simplificación del interés sociológico pretende ir a la raíz de los problemas, económicos y sociales que hoy suponen encrucijadas realmente complejas.

Desde una actitud sociohistórica desde la mercantilización de estos bienes a ritmo diferenciado dependiendo de la región – pues las divisiones geográficas también tienen que ver en esta cuestión, ejemplo de ello es la colonización en la actual Latinoamérica- parece ser que la tendencia al control de la tierra por parte de minorías – extensión de los latifundios-, la tendencia hacia el alejamiento de sabios mecanismo naturales en su explotación – mecanización- y la tendencia hacia la homogeneización de la producción y el consumo a escala cada vez más planetaria ha sido una noticia común en la inocente mente de una sociedad que vive entre paradojas.

El timón en dirección opuesta a la autogestión supone el alejamiento de las bases innatas de la sociedad, es decir, la cooperación. La identidad colectiva estrecha su margen de actuación cuando esta gestión de los recursos deja de ser un modo de realización del individuo en beneficio de la colectividad, y se transforma en un puente ennegrecido en busca del beneficio propio. La alteridad, el nosotros son degradados hacia límites insospechados. Hasta el punto del envenenamiento de esa raíz, ejemplo de ellos son los transgénicos y las patentes de semilleros, el mercantilismo de la tierra ya no tiene límites.

A partir el pequeño mar de información recopilado, pretendemos difundir una actitud constructiva y positiva sobre las alternativas reales que se están llevando a cabo en diferentes puntos del mundo, una resistencia directa o indirecta que arroja luz sobre las más que patentes limitaciones no particularmente de producción y consumo de alimentos, sino de toda la estructura económica en general.

Nuestros objetivos a desenmarañar eran concretos pero ambiciosos, no obstante, en este tanteo de la realidad rural y neorural creemos haber logrado abrir cierto debate, hoy más urgente que nunca a la vista de nuevas crisis, que aunque a partir de ellas desgraciadamente no se generen un debate masivos, si existen luces inquietas en busca de alternativas.



Entendemos el desarrollo desde una óptica local, no obstante hemos manejado diferentes lugares, diferentes nodos que aunque alejados geográficamente aportan similitudes y enriquecimiento a nuestra tasca.

La clásica dinámica latifundista, que ha venido concentrando la tierra en escasas manos ennegrecidas, que no por su labor en la misma, ha supuesto por un lado el surgimiento de la condición de subordinación constante del agricultor. Y por otro, el surgimiento a partir de esa opresión de una resistencia, que con connotaciones diferentes en cada lugar, han dado pie a forjar identidades colectivas pioneras. Esas iniciativas constructivistas arrojan luz sobre problemáticas concretas y se expanden a un ritmo más acelerado del que nos deja ver el marco, parafraseando a Goffmann en el que nos solemos mover.

Desde esta humilde y quizá algo superflua visión, debido a la no- comprobación empírica de todo el material que hemos venido manejando, postulamos que el desarrollo local puede suponer una vía rupturista con el régimen de ajenidad, flexibilidad y desamparo jurídico que vive el mundo laboral en la actualidad. La división entre campo y ciudad se trunca con el neoruralismo, con iniciativas agroecológicas, que además de forjar solidaridad orgánica suponen la vuelta al control de nuestra autonomía, mediante herramientas y conocimientos tradicionales.

La ecología de los recursos sociales es más que una línea de acción, supone una forma de vida coherente con al apoyo mutuo en la que mediante el puente solidario urbe y campo se dibuja un paisaje esperanzador que trunque la hegemonía económica aplastante difundida en la actualidad.

El mito que se ha generado en torno a la expansión del consumo biológico, queda reducido mediante formas de producción y consumo estrechamente vinculadas. El lazo agricultor-asociación es cercano, con el fin de lograr distribuir el valor añadido entre ambas partes, mientras el agricultor recibe mayor precio por que en caso del producto convencional -el producto inmerso en la lógica actual- el consumidor obtiene este mismo por un precio similar al del producto convencional y menor que el del producto ecológico existente. El valor de cambio deja de degradar la economía de la tierra, dando paso a esta ecología de los recursos sociales.

Los halcones de los transgénicos, el monocultivo, y la mecanización aleatoria ven reducido su margen de actuación mientras el valor de uso impera en las reuniones horizontales de los implicados.

El desconocimiento o pérdida de la técnicas eco agrícolas que se ha venido desarrollando paralelamente con el incipiente mercado de fertilizantes artificiales, va siendo esquivado por campos de acción donde se articulan alternativas tanto en el centro como en la periferia.



“La agroecológica define la sustentabilidad como el mantenimiento de los mecanismos de reproducción biótica de los agro ecosistemas para lo cual es necesario obtener el tiempo, la reproducción social de las matrices culturales” (Alonso y Guzman, 2008)

Que esa comunidad se arme con su cultura e imponga vías endémicas de autorrealización supone una estrategia de acción coherente a sus intereses. La revalorización, revitalización así como la reproducción de identidad sociocultural de cada localidad además del manejo ecológico de sus sistemas biológicas suponen una combinación perfecta para darle la vuelta a la lógica del mercado actual, un cambio de rumbo hacia un paisaje tan onírico como se quiera construir.

La necesidad de utilizar la agroecología plantándole una connotación tan cultural como sociopolítica suponen el puente para la acción participativa de esas comunidades que pueden beneficiarse de un desarrollo local autodirigido. Ejemplos cercanos de esta alternativa son El Romeral y La ortiga, que con unos años ya a sus espaldas han sido germen de una agroecología innovadora en Andalucía, superando el vanguardismo escasamente profundo y marginal de movimientos sociales en torno a la ecología, para dirigirse hacia estrategias para abordar el conflicto por la tierra mientras se construyen espacios agroecológicos.

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